Familias multiespecie

Autor: Marcos Díaz Videla

Nuestra sociedad se encuentra en un proceso de grandes cambios respecto de las relaciones sociales entre las personas: tenemos mayor libertad para elegir nuestras parejas y construir nuestras familias, y mayor respeto por la diversidad. En este panorama, cada vez cobran cada vez más legitimidad los vínculos con animales y la configuración de lo que se ha llamado familias multipespecie.

Los animales de compañía se han convertido en un fenómeno ampliamente extendido en la vida familiar dentro de nuestra cultura. Esto por un lado se sostiene en incrementos en latenencia. Por ejemplo, en Unión Europea se estimó que el 26% de los hogares tienen al menos un animal, en Estados Unidos el 57%, y en Argentina, se estimó que el 80% de los hogares los tienen (FEDIAF, 2017; GfK, 2016). Por otro lado, se destaca el establecimiento de vínculos de intensidad con estos animales. Así, el 90% de las personas tienden a considerar que sus perros y gatos son miembros de sus familias (Díaz Videla, 2017). ¿Qué implica esto? Las personas utilizamos el lenguaje de familia como un lenguaje de amor. De modo que llamar familia o hermano a alguien que originalmente no lo era, da cuenta de la construcción de un vínculo y del acercamiento de esta persona al núcleo familiar por el afecto que se le tiene. Más allá de los aspectos simbólicos, esto tiene implicancias prácticas en la dinámica familiar.

Las familias pueden definirse como sistemas relacionales que conforman una totalidad, donde cada parte resulta importante para el funcionamiento global, y donde una modificación en una de ellas producirá una modificación en el todo (Ceberio, 1999). Así, referirnos a un animal de familia implica que la incorporación de ese animal ha implicado una transformación de todo el conjunto de la familia y que, sin ese animal, la familia tendría que volver reestructurarse. Es decir, hay reglas, rutinas, rituales, etc. que fueron creados o modificados en interacción con ese animal —con características de otra especie— durante su integración.

Interesantemente, los estudios muestran que los animales no son pasivos durante su integración familiar. En este punto, resultará decisiva la habilidad del animal de manifestar su elección de ser parte. Esto se contrapone con los casos donde los animales deben ser contenidos físicamente en cajas o jaulas para permanecer en la familia. Esto suele interpretado por muchas personas como falta de conexión y, en ocasiones, cuestiona la presencia de vínculo bidireccionales.

Los animales de familia no son incorporados involuntariamente o con independencia de sus expresiones, sino que son consistentemente descritos por sus humanos como actores sociales que realizan elecciones y actúan en consecuencia cuando se les permite (Power, 2008). Y en estos casos ya no nos referimos a una tenencia de mascotas, sino a un fenómeno de transformación que da lugar a la creación de las familias como multiespecie, incluyendo activamente integrantes no humanos.

En síntesis, estamos ante un proceso de cambios respecto de la manera de relacionarnos, y los vínculos con otras especies animales son parte de este proceso, con mayor aceptación, validación y respeto. A esto le llamamos revolución multiespecie y, sin dudas, las familias multiespecie, su legitimidad y reconocimiento social son parte importante de este movimiento.

Referencias
Ceberio, M. R. (1999). Ciencias modernas, complejidad y psicoterapia. En G. Nardone y P. Watzlawick (Eds.), Terapia breve, filosofía y arte (pp. 13-34). Barcelona: Herder.
Díaz Videla, M. (2017). Antrozoología y la relación humano-perro. Buenos Aires: iRojo.
European Pet Food Industry Federation [FEDIAF]. (2017). Facts and figures. Disponible en: http://www.fediaf.org/who-we-are/european-statistics.html
GfK. (2016). Pet Ownership. Global GfK Survey. Disponible en: https://www.gfk.com/fileadmin/user_upload/country_one_pager/AR/documents/Global-GfK-survey_Pet-Ownership_2016.pdf
Power, E. (2008). Furry families: making a human–dog family through home. Social & Cultural Geography, 9(5), 535-555. DOI: 10.1080/14649360802217790